Cuando en 1983 Chuk Hull desarrolló el primer prototipo de la estéreolitografía (forma de manufactura dedicada a la producción de modelos, prototipos y patrones por medio de la inyección de resina) no dimensionó la revolución científica e industrial que produciría a nivel global, hasta el punto en que la empresa Organovo desarrollara en 2009 la primera impresora de tejido en tres dimensiones "3D MMX Bioprinter".
La teoría de este tipo de innovaciones en salud y en ingeniería biomédica se centra en la necesidad humana de reproducir fielmente todo lo que se observa en el entorno natural. El principio de la impresión 3D se explica mediante la confluencia de los conocimientos en Ingeniería Mecánica, Ingeniería de Diseño, Ingeniería de Materiales e Ingeniería de Software y se extiende al área de la salud con la aparición de la Ingeniería Biomédica y la Bioingeniería; este principio consiste principalmente en la aplicación de capas sucesivas de material (hasta el momento de naturaleza polimérica) en un patrón especifico diseñado por computador, controlando variables como movimientos en ejes y factores ambientales. Todo con una precisión que deja totalmente fuera de lugar a cualquier suspicacia levantada por el desarrollo de la tecnología.
América Latina se ha unido al apogeo de esta nueva forma de industria y de ciencia pues cada vez los centros universitarios y algunos emprendedores adquieren más impresoras 3D para resolver diferentes problemas del entorno; una alternativa que desde hace cinco años se extiende al sector salud y en la que la forma de reducir costos, ser amigable con el medio ambiente o elevar los tiempos de producción se torna necesaria para reforzar un eslabón tan débil como es el de la innovación en salud de la región.